- Es una noche hermosa, ¿no te parece?
- Tienes razón... es una noche perfecta.
En verdad aquella noche era muy hermosa, ambos estaban ubicados a las orillas del mar tras unas enormes rocas brillantes gracias a la luna llena que ya se había alzado imponente sobre ellos... Una suave y agradable atmósfera los envolvía gracias, en cierto modo, a que aquella enorme esfera de luz se reflejaba mágicamente en la infinidad del mar. El ruido del océano, los cálidos brazos de aquellos amantes, la inconmensurable quietud y aquel color negriazul que parece absorber todo y que abarca desde el cielo, hasta el mar, sin saber siquiera donde comienza uno y termina otro convertían aquella velada realmente perfecta para los amantes.
Ambos estaban sobre una enorme manta, lo cual no impedía que unos cuantos granos de arena se colaran en sus ropas. Abrazados, apoyados sobre el hombro de su pareja, mantenían los ojos cerrados, dejando que la perfección de aquella velada no fuera interrumpida por nada, ni nadie.
Junto a ellos, aún dentro de un bolso, asomaban una viejísima radio portátil, una botella de licor y en los bolsillos exteriores se apreciaban un par de velas. Realmente aquella prometía ser una noche perfecta.
El ruido de las olas reventando en el océano invadía sus oídos y aunque no deseaban abrir los ojos, esta pareja de amantes imaginaban perfectamente las olas sobre el mar, imaginaban su color oscuro, imaginaban sus movimientos, imaginaban claramente la forma de reventar sobre ellas mismas. Podían imaginar también el mágico reflejo de la luna sobre el infinito e imaginaban también el color que adquiría la espuma tan cerca de ellos y que abarcaba toda la orilla del mar como si fuera una línea impenetrable, una línea que recuerda hasta donde llega el gobierno de la naturaleza, de la enorme y sorprendente naturaleza.
En ese instante un ruido tras ellos distrajo su atención... Ambos voltearon rápidamente sin alcanzar a distinguir de que se trataba.
- ¿Que fue eso?
El joven intentaba agudizar su visión, a pesar de ser una noche iluminada no podía ver claramente más allá de 7 metros salvo, claro, el cerro que surgía como una enorme y majestuosa muralla negra que parecía desafiar al enorme océano. Entonces dirigió su mirada hacia la hermosa silueta junto a el, hacia su corazón, hacia su vida, hacia su compañera, quien también intentaba rasgar la espesura de la noche con su mirada.
- ¿Qué crees que fue ese ruido? –pregunto notoriamente preocupada.
El joven se encogió de hombros, aún observando el rostro algo preocupado de su pareja.
- Eres realmente muy hermosa... – junto con aquellas palabras extendió sus fuertes brazos y envolviendo su frágil cuerpo, la abrazó para luego besarla cariñosamente en la mejilla-. Soy muy afortunado de tenerte.
Ella, se sintió feliz por aquellas palabras, y estaba dispuesta a olvidar lo sucedido, deslizando sus brazos por la amplia espalda de su acompañante, inhaló el aroma de su pecho.
Pero, entonces, el mismo ruido, esta vez, mucho más claro que la anterior irrumpió en la atmósfera, ambos voltearon nuevamente esperando descifrarlo. Parecía el ruido de piedras y rocas al rodar sobre ellas mismas. Antonio rápidamente alcanzó en bolso y sacó una viejísima linterna metálica que se ocultaba junto a las velas. Al mismo tiempo Andrea deslizó su mano hasta el bolsillo de su chaqueta para extraer una pequeña linterna de plástico.
Apuntaron a todos lados intentando descubrir al inoportuno visitante. Sus miradas recorrieron el espacio entre el cerro y ellos, las orillas de la playa, y la superficie del cerro. No encontraron nada, salvo pequeños animales que escapaban de aquel impertinente haz de luz.
- ¿Que fue eso? –preguntó algo asustada sin poder dejar de apuntar con la linterna a todos lados sin encontrar nada.
- No te preocupes. Seguro que fue algún animal, ya sabes que por aquí abundan... O talvez un ave que se posó por un momento tras nosotros... –responde su amor intentando tranquilizarla-
“No creo que sean unos marcianos que intentan llevarnos a su planeta –comenta bromeando.
Ahora, que ya habían comprobado que cualquiera haya sido lo que produjo ambas intromisiones se había ido, se recostaron sobre la manta observando la luna y las estrellas.
- Gracias por estar conmigo –susurra la joven.
- Lo mismo digo –responde al tiempo que toma la pequeña y delicada mano de aquella hermosa silueta, llevándola a su boca besándola tiernamente.
El escuchar nuevamente aquel ruido (extremadamente claro y cercano) que se repetía y acercaba rápidamente, el notar que aquel ruido se convertían en pasos y sentir el metálico silencio junto a ellos fue todo una misma cosa.
Unos gritos rompieron la magia de aquella luna que tan hermosamente se reflejaba en el mar, eran los gritos de la pareja, gritos de auxilio y dolor resonaron como un gran eco en las orillas de la playa. De pronto los gritos se acallaron y todo habría vuelto a la magia inicial, de no haber sido porque la sangre de la pareja tiñó de roja el agua del mar y ahora todo era silencio.